Este artículo es importantísimo, sigue sigue ....
copiapegado por consejo de super mö de respiravida

Hace
24 años, cuando tenía 16, levanté a alguien sacándole de una piscina
durante unas prácticas de socorrismo y me lesioné gravemente la columna.
La lesión me dejo con un dolor constante que ha ido empeorando con los
años. Esta lesión, además de otra lesión de columna que sufrí en un
accidente de coche 5 años más tarde, me han convertido en una persona
más reflexiva. Pasé de ser una joven atlética y activa, que no había
tenido que pensar demasiado en la vida, a una mujer que afrontaba
preguntas insondables sobre la naturaleza de la humanidad, la
enfermedad, el envejecimiento y la inevitabilidad del sufrimiento
humano.
Mi principal campo de indagación ha sido explorar la diferencia entre el
sufrimiento ineludible, que surge como consecuencia natural de tener un
cuerpo que enfermará y envejecerá, y el sufrimiento más punzante de
reaccionar ante este hecho. Este nivel secundario de sufrimiento - o
bien intentando ahuyentar la experiencias desagradables, o bien buscando
ciegamente aferrarnos a las agradables – ¿es éste la raíz del
desasosiego y de la infelicidad, del descontento que tan a menudo
sentimos? ¿Cómo transformamos esta inercia automática y reactiva para
crear en su lugar una sensación de espacio y de poder elegir en cada
momento, al margen de nuestras circunstancias? ¿Es esto lo esencial de
la vida espiritual? ¿Es esto la clave de la libertad?
En mi caso las opciones son contundentes e inmediatas: ¿voy a tener
dolor físico y desesperación mental, lo que es realmente horroroso; o
tener dolor físico y una sensación de espacio y elección en cuanto a mis
respuestas mentales y emocionales? No puedo suprimir el dolor pero sí
puedo cambiar cómo responder ante él. La motivación para encontrar una
respuesta creativa y positiva es extremadamente alta. Esta necesidad de
ser creativo con nuestras respuestas nos atañe a todos. Sólo que para
mí, dado mis circunstancias, resulta particularmente obvia.
Éstas son preguntas trascendentales, pero me siento afortunada por
haber tenido que afrontarlas, a pesar de las luchas internas que
provocaron. Nunca hubiera tenido la fortaleza de elegir tal intensidad
si hubiera tenido otra elección. Sin embargo, de una manera extraña,
este dolor con el que es tan duro convivir, es precisamente lo que me
acerca más a la verdad de la condición humana. Es lo que mantiene
siempre vivas esas preguntas tan profundas. A veces me siento como
atravesada por una espada con estas preguntas sobre la naturaleza de la
vida y el sufrimiento humano, pero cuanto más forcejeo con ellas –
indagándolas, llevándolas a un nivel más profundo - más cerca estoy de
aceptar la vida tal y como es, y encontrar la paz y el entendimiento.
Aunque había experimentado dolor físico desde mi primera lesión,
estas reflexiones más profundas sobre las respuestas al dolor no
emergieron en un sentido consciente o urgente hasta pasados 10 años,
cuando me puse muy enferma. Antes, nunca había afrontado mi condición ni
lo había asumido con madurez. Viví gran parte del tiempo dentro de una
realidad inventada donde fingía que el dolor no era real y simplemente
lo ahuyentaba con medicación y falta de consciencia. Esto lo pude
mantener durante una década pero luego, inevitablemente, llegó la hora
de la verdad.
Tenía 25 años y estaba en una unidad de cuidados intensivos, con
complicaciones neurológicas y dolor agudo. De repente, me vi sumergida
en un mundo extraño que daba mucho miedo. Es posible que el impacto de
lo que me estaba pasando echara por tierra mis defensas durante un rato –
no estoy segura – pero tuve experiencias vívidas e intensas que
cambiaron el rumbo de mi vida. La manera de verme tanto a mi misma como
al mundo cambió de repente, y considero que mi vida espiritual, a un
nivel consciente, empezó entonces.
Las experiencias fueron tan intensas y vívidas que yo no pude menos
que cambiar a causa de ellas – y han sido la fuente de muchas de mis
preguntas desde entonces. Por supuesto no mantuve la agudeza de
percepción que surgió en esos momentos de vida o muerte, pero el
recuerdo de aquellas percepciones ha impulsado mucha de mi práctica
posterior. Desde entonces me he lanzado a la búsqueda de la verdad,
deseando vivir cada vez más en armonía con la condición humana en toda
su complejidad.

Tuve
cuatro experiencias en el hospital. La primera fue cuando entendí, por
primera vez, la necesidad de hacerme responsable de mí misma. Me
enfrenté con la realidad clínica de que no había ningún tratamiento que
curara por completo mi condición y que lo mejor que podía hacer sería
aceptarla –“gestionarla” más que curarla. Era la primera vez en mi vida
que el concepto de responsabilizarme completamente de mí misma tenía
importancia para mí. Hasta entonces me había permitido fantasear con la
idea de que mis dificultades iban simplemente a irse; o bien negociaba; o
vivía engañándome y negando totalmente lo que estaba experimentando.
Fue muy difícil, un shock realmente, darme cuenta de que “esto es lo
que hay” - que me vida sí contenía dolor y limitaciones físicas con sólo
veinticinco años. Fue extremadamente difícil asumir este hecho, pero
incluso en ese momento sabía que algo tenía de liberador empezar a
reconocerlo; y me sentí impulsada a aprovechar al máximo mi vida.
Mirando atrás, vi que el no responsabilizarme de mi misma había cerrado
la posibilidad de mejorar mis circunstancias, ya que en el fondo había
asumido una actitud pasiva. Fue imprescindible darme cuenta de esto.
El resultado de la segunda experiencia me llevó a tomar la decisión
de acercarme a la vida de una manera activa. Una mañana me desperté y me
sentí algo así como distante y tenue. Sentí que muy fácilmente podía
soltar mi vida si así lo deseaba. Miré por la ventana a la ciudad de
Auckland y me pareció lejana e irreal. Me sentí atenazada en una
elección enorme y existencial. ¿Quería vivir y responsabilizarme de mi
vida, o quería renunciar y morir? Sentí que si elegía la muerte
realmente podía morir. Yo no sé si esto es realmente cierto, pero desde
el punto de vista metafórico sí que lo era. Es totalmente posible estar
muerto espiritualmente mientras sigues con vida físicamente.
En esta encrucijada de vital importancia tomé la decisión de vivir, y
desde entonces mi vida ha tenido un sabor diferente. Es como si antes
de este momento estuviera viva porque no había encontrado el momento
para morir, pero desde entonces lo he estado porque lo he elegido de
manera activa y consciente. Recuerdo que unas semanas más tarde,
mientras iba en coche por Ponsonby Road, una carretera principal de
Auckland, miré mis manos que descansaban vivas y vitales en el volante.
Era plenamente consciente de que la próxima vez que me enfrentara con la
muerte posiblemente no tendría ninguna elección respecto al desenlace, y
me di cuenta de que más me valía aprovechar al máximo mi vida ahora que
había elegido vivirla.
La tercera experiencia importante tuvo lugar durante una sola noche,
muy, muy larga. Fue entonces que vislumbré, por primera vez, y con un
impacto demoledor, lo que significa vivir en el momento presente. Me
habían hecho una prueba médica durante el día, la cual requería
mantenerme incorporada en la cama durante toda la noche. Durante meses
no había podido incorporarme a causa de la gravedad del dolor de
espalda. Me parecía completamente imposible hacerlo, y sin embargo… no
tenía otra elección. Estaba entre la espada y la pared.
Estaba en una sala de cuidados intensivos, rodeada de gente en estado
crítico que gemían y luchaban contra la muerte. Era como estar en el
infierno. Nunca antes había estado en ese tipo de situación, así que
también sentía el shock y la perplejidad de lo desconocido. Pero ahí
estaba, en medio de todo ese sufrimiento, sentada en la cama,
completamente despierta, preguntándome cómo podría sobrevivir las
próximas horas, y armándome de valor nada más que para sobrellevarlo.
Pasé unas horas con la sensación de estar al borde de la locura,
dándole vueltas a si podría aguantar la noche. Había una voz que me
decía: “No puedo con esto, es imposible, no puedo aguantar hasta la
mañana, me voy a volver loca.” Otra voz me decía: “Tienes que hacerlo”,
una y otra vez, durante lo que me pareció una eternidad. Fue una de las
experiencias más intensas y más difíciles de mi vida.
Entonces, de repente, desde dentro de aquel caos y tensión, irrumpió
una sensación de lucidez que contenía el mensaje, otra vez en forma de
voz: “No tienes que aguantar hasta la mañana, sólo tienes que atravesar
el momento presente”. Al mismo tiempo mi experiencia cambiaba por
completo. Fue como un castillo de naipes que se derrumbaba, y lo único
que quedaba era espacio. De repente el momento había cambiado desde un
estado de agonía, desesperación y contracción a uno suave, pleno,
relajado y rico – a pesar del dolor físico.
Desde
hace más de diez años, los cursos de Breathworks RespiraVida han
ofrecido miles de personas que viven con estrés, dolor y enfermedad
crónico, el potencial de mejorar y transformar su calidad de vida. Los
participantes reciben una gama de herramientas basadas enlos métodos de
mindfulness y compasión probados por la investigación científica y la
experiencia del dolor crónico de la propia fundadora, Vidyamala Burch.
“Admiro a Vidyamala tremendamente. Su acercamiento puede salvarte la vida y devolvértela.” J. K.Kabat-Zinn (profesor emérito de medicina de la Universidad de Massachusetts)
En ese momento supe que había
experimentado algo real y en lo que podía confiar. También intuí que iba
a pasar el resto de mi vida desentrañando su significado. Conllevaba
preguntas tales como, “¿Qué es el tiempo?, ¿Qué es el espacio?, ¿Qué es
el pasado?, ¿Qué es el futuro?” - pero estas preguntas vinieron más
tarde mientras contemplaba la experiencia de una manera más conceptual.
En cuanto a la experiencia propiamente dicha, sólo había la certidumbre
de que mucho de mi dolor y aflicción lo causaban mis reacciones y
miedos, así como la certeza de que yo podía liberarme completamente de
esas cosas. También vi por primera vez que “el momento presente siempre
se puede sobrellevar”, y esto sigue sosteniéndome ahora, después de
tantos años.
La cuarta experiencia ocurrió unos días más tarde, y fue la primera
vez que claramente entendí que es posible ser mentalmente creativo y
trabajar concientemente con la mente para transformar la experiencia y
la percepción – incluso estando atenazado por el dolor físico. Ocurrió
cuando el capellán del hospital, un anglicano mayor, acudió a mi
cabecera para ofrecerme ayuda y orientación. Yo no era creyente en
ningún sentido de la palabra, pero sin embargo él me regaló algo muy
importante. Me tomó de la mano, y me dirigió en una práctica de
meditación guiada en la cual experimenté paz y alegría, a pesar de estar
sufriendo mucho dolor.
Esta experiencia inicial de la meditación despertó mi curiosidad, y
después de volver a casa tuve un trabajador social muy bueno que me
ayudó a incrementar ese interés. Intuí que con la meditación se me había
entregado una llave que podía ayudarme a encontrarle sentido a lo que
tenía entre manos. Pasé como un año tumbada durante horas cada día en la
cama de mi casa, explorando mi mente y sus reacciones y respuestas,
mientras poco a poco me iba recuperando físicamente. Acudí al Centro
Budista de Auckland un par de años más tarde y por fin encontré un
contexto para darle sentido a lo que había descubierto. Unos trece años
más tarde este proceso de exploración aún sigue, ayudado y guiado por la
filosofía y metodología que impartió el Buda.
Con el transcurso de los años, tengo más claro lo que estoy
trabajando en cuanto a “la práctica del dolor físico.” En resumidas
cuentas se trata de la aversión y la reactividad. Experimento algo que
me disgusta en forma de dolor físico, así que reacciono con aversión, a
veces de manera burda, a veces más sutilmente. Así de sencillo y de
destructivo es, y mi práctica de cada momento consiste en intentar
re-entrenar esta actitud negativa e infundirme una respuesta más
positiva.
Esto es lo que todos tenemos que afrontar en la vida. Da la
casualidad de que yo tengo un dolor de espalda que hace muy obvio lo que
tengo que afrontar; pero todos nosotros tenemos aspectos de nuestras
vidas que nos resultan desagradables, desde el dolor agudo o la pérdida
desgarradora que supone la muerte de un ser querido, hasta las
frustraciones más leves de encontrarse en un atasco un día de invierno,
dentro de un coche sin calefacción. Y todos tenemos la tendencia
elemental de rechazar y ahuyentar lo que nos disgusta y por tanto de
aumentar nuestra experiencia de tensión y restricción -
estrechando así aún más la densas capas de la infelicidad.
Tuve mucha suerte de vislumbrar en el hospital hace tantos años una
perspectiva más creativa. Desde entonces, mi tarea diaria ha sido la de
transformar las reacciones de cada momento con el propósito de poco a
poco poder cultivar un estado mental positivo, aun cuando mi cuerpo me
molesta. Todos nos encontramos a diario con situaciones en las que no
podemos hacer desaparecer el dolor, y vamos a seguir encontrándonos con
ellas en tanto vivamos en este mundo inestable. Pero dentro de esta
misma inestabilidad, siempre podemos encontrar libertad en nuestras
respuestas. Podemos cambiar nuestras experiencias del dolor, sea mental,
físico o emocional; de ser una “cosa” que rehuimos se puede convertir
en una experiencia dinámica y fluida de las sensaciones que en cada
momento surgen y se desvanecen dentro de una conciencia amplia y suave.
El cambio llega despacio e imperceptible, como construir una montaña a
partir de granos de arena. No es fácil. A veces alucino con lo
insistentes y, en apariencia, obstinadas que son las reacciones
automáticas, con lo fuerte que suena la voz en medio de la noche que
dice: “Esto no lo quiero”. Pero una cosa que me da ánimo es la confianza
y la fuerza que surgen en mí cuando soy capaz de ir al encuentro de lo
que me está pasando con sinceridad - aunque sea difícil - sin
insensibilizarme ante la experiencia ni abandonarme a ella. Simplemente
dejándola estar como una experiencia momentánea rodeada de espacio que
contiene también la posibilidad de elegir.
Se dice que cuando el gran maestro budista Atisa fue al Tíbet para
enseñar el Dharma llevó con él a su criado porque éste le resultaba muy
irritante y antipático. Atisa estaba preocupado de que no tuviera
suficientes cosas que le provocaran irritación en el Tíbet y quería
mantener viva su práctica. Quería notar cuándo reaccionaba y soltar la
energía encerrada en esas reacciones. Su historia me da ánimos: me
demuestra cómo trabajar con el dolor y me mantiene fiel a la verdad
porque nunca está lejos el sabor de la aversión - por lo cual la
oportunidad de trasformarla también siempre está cerca.
Desde un punto de vista positivo veo mi práctica como un aprendizaje
de descansar en el momento presente y encontrar la paz en él. Si pienso
en mi experiencia del dolor en el contexto del pasado y del futuro me
resulta abrumadora. Mi experiencia del presente se pierde entre miedos
acerca del futuro y penas acerca del pasado; y mi experiencia sabe a
tensión y restricción. Sin embargo, si recuerdo que la experiencia del
dolor sólo existe en este mismo momento, entonces sabe completamente
diferente. El momento presente es vasto y multidimensional una vez que
uno empieza a experimentarlo plenamente.
Pongamos que me encuentro sentada al sol con un amigo. Hay molestias
físicas, eso sí, pero también existe el placer de estar con un amigo, la
calidez del sol, una conciencia del entorno, sentimientos de amor. Es
interesante darse cuenta de esto. Creo que muchas veces llegamos a ser
muy infelices porque no estamos dispuestos a implicarnos de lleno con la
vida tal y como está transcurriendo ahora, a experimentar su libertad y
abundancia, sean las que sean nuestras circunstancias inmediatas. La
posibilidad de que la vida tenga algo de espacio y belleza está presente
bajo cualquier circunstancia para cualquier persona. De eso estoy
segura.
Otra manera de “usar” el sufrimiento personal de manera positiva es
verlo como un momento de empatía con otras personas que están sufriendo.
Para mí, éste es el aspecto más tierno y fascinante de vivir con el
dolor, y va a la raíz de la humanidad que compartimos. Cuando he sido
capaz de mantenerme consciente de mi sufrimiento en el momento presente
de manera suave y amable, he tenido la sensación de que mi experiencia
se iba haciendo más profunda, más allá de los detalles circunstanciales
de mi propia condición, hasta alcanzar una empatía con lo universal. Me
siento conectada con todos los seres que sufren, y me importan mucho. Ya
no nos sentimos tan separados.

En
lo más profundo de aquella experiencia está el saber lo que significa
ser humano. Ésta es una experiencia de una intensa belleza y un antídoto
al orgullo y al pensar que yo debería ser la excepción al sufrimiento
humano. En vez de preguntar “¿Por qué yo?”, pregunto “¿Por qué no sería
yo?”. Mi sufrimiento se desviste de su drama personal para convertirse
en una simple expresión de ser humano y con vida en este mundo.
Con los años, he observado que es común que la gente tenga la
sensación de haber fracasado cuando experimenta sufrimiento, rechazo o
infelicidad. Esto me parece interesante. En efecto, yo lo he sentido, y
parece que tiene un efecto especial en aquellos que siguen, como yo, un
camino espiritual. Aunque muchas veces es este mismo “problema” el que
nos impulsó originalmente a seguir un camino espiritual, parece que
pensamos que debiéramos haber alcanzado la meta antes de haber recorrido
el camino. Fácilmente cometemos el error de querer, y tener la
expectativa, de que nuestra práctica espiritual va a sencillamente a
borrar las dificultades de la vida. Podemos empezar a ver nuestra
práctica espiritual como si fuera “una póliza de seguro”, una garantía
contra el sufrimiento. Pero lo más probable es que esta actitud refuerce
nuestra vana ilusión y hasta nos enajene de la humanidad que
compartimos.
Sin embargo, si podemos aprender a ir al encuentro de cualquier cosa
con valor, dignidad e integridad, entonces nuestra práctica puede llegar
a ser un entrenamiento auténtico y real que nos puede ayudar a
responder y convivir con todos los aspectos de la condición humana,
desde los trágicos hasta los bellos, con el corazón abierto. Me dan
ánimo las palabras del maestro de la tradición Chan, Yumen:
”Cuando un día el rey del infierno, Yama, se eche sobre ti y te
sujete contra el suelo, no digas que nadie te lo advirtió. Seas un
principiante inocente o un adepto veterano ¡tienes que demostrar algo de
carácter! Un poco de realidad es mejor que un montón de fantasías; si
no, simplemente seguiréis engañándos”.
Un artículo de Vidyamala, creadora de
RespiraVida (BreathWorks en Reino Unido), editado originalmente en la
edición de invierno (núm. 14) de la revista Dharma Life, traducido del
inglés por Satyabhasana y Dharmakirti. Versión original disponible en
www.dharmalife.com y en castellano en
www.respiravida.net
"Tanto
si padeces de dolor o enfermedad crónicos, o tratas a alguien que lo
padece o cuidas a un ser querido, los métodos Breathworks podrían
mejorarles y cambiarles sus vidas radicalmente." Profesor L. McCracken,
Londres King 's College
¿Cómo funciona mindfulness y la compasión?
En todos nuestros cursos enseñamos mindfulness y compasión a tráves de un enfoque multifacético que incluye técnicas de meditación y
otras herramientas. La Atención plena o mindfulness es un estado de
atención plena en el momento presente donde puedes percibir
claramente....leer más>>>>.
Los
programas Breathworks RespiraVida son un desarrollo del Programa de
Reducción de Estrés basado en Mindfulness (MBSR), creado por Dr. J.K.
Zinn (Universidad Massachusetts), con elementos claves de la Terapia
Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT) por M. Williams, J. Teasdale and
Z. Segal, y tomando como
base las prácticas de meditación milenarias de la tradición budista y la
aportación de Vidyamala Burch, fruto de 25 años de aplicación de
mindfulness y compassion a su propia experiencia de dolor crónico.