Hablar sobre una corriente de pensamiento político no es sencillo, sobre todo cuando esta es más bien antigua y a lo largo de la Historia ha seguido distintas ramificaciones hacia también distintas definiciones. Tal es el caso del anarquismo, que con ese y otros nombres puede encontrarse aun en las épocas más remotas de la humanidad. Es cierto que su consolidación teórica puede fecharse con precisión en el siglo XIX, ¿pero no podría decirse que el cinismo de Diógenes era también un poco anarquista? ¿Y qué decir de fantasías como la del Tristam Shandy de Laurence Sterne o incluso el Quijote de Cervantes? Puede parecer exagerado, pero ese deseo de vivir al margen de las normas y las instituciones, en la soberanía del individuo con un alto sentido del bien común, es el núcleo del anarquismo.
Críticamente se dirá que, en casi todos 
los casos, llevamos esas reglas sociales adondequiera que estemos porque
 es un componente importante de lo que nos estructura como sujetos. Sin 
embargo, por eso el anarquismo es tan seductor, porque una de sus vetas 
más estimulantes se dirige a la construcción del sujeto social. Para 
abolir al amo antes tenemos que dejar de ser siervos, dejar de pensar 
que hay un amo ahí en el Estado, en el Padre, en el Maestro, y 
descubrirnos como sujetos autónomos, que requieren de los demás, sí, 
pero no como si pidieran una gracia o un favor, sino en una relación más
 bien horizontal de cooperación y apoyo mutuo.
En términos muy generales, esa sería la 
búsqueda del anarquismo como filosofía política. Una filosofía con un 
fuerte componente libertario y también, por qué no decirlo, utópico.
Dios y el Estado, Mikhail Bakunin
El único y su propiedad, Max Stirner
Memorias del subsuelo, Fiódor Dostoievski
Desobediencia civil, Henry David Thoreau
La zona temporalmente autónoma, Hakim Bey
También en Biblioteca Pijama Surf: Tres elogios: a la pereza, a la ociosidad y a la servidumbre
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