El oso estepario abandonó la cueva al inicio de la primavera que este año llegó tardía, las verdes praderas rebosaban agua y los pequeños riachuelos se habían convertido en enormes meandros plagados de garzas, garcetas, nievecillas y cigüeñas. Las flores amarillas saturan las dehesas y el oso recuenta sus heridas, le va a resultar difícil llegar en esas condiciones al salto de los salmones.
La caza en velocidad es imposible, con la debilidad que le acecha solo el gasto de energía le mataría.Está exhausto y rebusca raices con el hocico, el olor de una huerta abandonada de invierno le mueve sin prisa hacia unas coles aún con buen corazón. Las engulle mientras coge una lechuga espigada y se dispone a sorber un nectar que le da sueño y le invita a descansar en una cama de fresas salvajes.
Cojea visiblemente y si no encuentra pronto carroña o miel lo pasará mal. Los panales los conoce de sus años de esquilme, pero las heridas del invierno lo hacen torpe y el hambre no es buena consejera, tropieza con una piedra que le suena de otros años. Los osos esteparios como el humano también retropiezan una y otra vez.
Se reabre la herida de la pierna del invierno y aunque conoce las plantas para limpiarsela, no tiene buena pinta. Ha de seguir y no desfallecer.
El viaje en busca de miel es siempre reconfortante, tras la montaña de romero blanco y el bosquete de eucaliptos en una zona fría donde el viento da la vuelta, resguardadas del frío y la luz entre setos de tejo se organizan las abejas mielíferas que pese a sus picaduras, darán al oso la energía para llegar al río a tiempo de saciarse en el remonte en la reunión de osos salmoneros.
Los otros osos le esperan saciados en la orilla del río rodeados de cadaveres y trozos anaranjados y sangrientos de salmones gigantes, saben de sus taras y le acercan grandes trozos. Hace años que no caza al vuelo pero la camaradería osil permite que los mas débiles lleguen a un nuevo año.
Entre dos osos pardos sacan cuatro salmones del aire y los acercan a la orilla donde se relame el estepario. Se rascan en una gran roca que hay junto a una presilla construída por los castores.
La solidaridad de los osos pardos, alimenta hace años a nuestro amigo. Recolectan contando con él y le rellenan la despensa a escondidas con bayas y moras otoñales hipercalóricas que aseguran su supervivencia otro año. Todos ya se preparan para la nueva estación y la cena de despedida congrega a los animales de la zona, Tejones, ratones, garduñas, zorrillas, topos y culebras tomas endrinas y madroños fermentados bailando bajo la luna llena y riendo untados en amanitas.
Nuestro oso desaparece a la francesa y recoge de camino a casa unos helechos para poner la pata en alto y unas amapolas para los dolores del frío invierno.
Echa el último ojo al horizonte y vuelve a la cueva sudando y tiritando, suspira y se agazapa junto a la gran osa, rechupando los frutos de adormidera que amontonó en primavera. Está cansado y sabe que la primavera les traerá una osezna o un osezno que le dará una nueva perspectiva al año. Pero como los osos esteparios no tienden a darle vueltas a lo que no hay que darselas, mueve el hocico y suspira,
va dejandose ir lentamente, se acurruca al calor de la osa y el dolor comienza a apoderarse de su pata y el lomo...............respira profundamente.............y su corazón comienza a ralentizarse, cada vez mas lento y profundo, va cayendo en el sueño tóxico y reparador del fentanilo, abandonado a los pies de morfeo.
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