Patricia Heras se suicidó el 26 de
abril de 2011. Cumplía una condena de tres años de prisión. Se le había
aplicado el tercer grado. A los seis meses de ingresar en la cárcel, se
quitó la vida en su casa, aprovechando que su régimen penitenciario solo
le obligaba a dormir en su celda. Había nacido en Madrid, pero
estudiaba filología en la Universidad de Barcelona y escribía poesía. Su
familia y sus amigos coinciden en retratarla como una joven
hipersensible, solidaria y llena de inquietudes. Una de sus profesoras
sostiene que se caracterizaba por “una sensibilidad y una lucidez que
pocos más tenían dentro del aula. Además de persona extremadamente
educada, había leído muchísimo y se había dedicado a reflexionar sobre
las constantes humanas con refinamiento espiritual y rigor intelectual”.
¿Cuál fue su delito? La noche del 4 de febrero salió con su amigo Alex.
Circulaban en bicicleta y sufrieron una caída. Alex se hizo una brecha
y sangraba mucho. Llamaron a una ambulancia, que les recogió y les
trasladó al Hospital del Mar. Patricia, que sólo había sufrido
magulladuras, no sospechaba que iba “directamente al infierno”, de
acuerdo con sus propias palabras.
Poco antes, los Mossos d’Esquadra habían
realizado una carga en el centro de Barcelona. El incidente se produjo
cerca de un antiguo teatro okupado en la calle Sant Pere Més Baix, donde
se celebraba una fiesta rave. Desde la azotea del edificio, se
lanzaron objetos contra la policía, que repartía porrazos con su
brutalidad habitual. Joan Clos, alcalde de Barcelona, mintió, asegurando
que una maceta impactó en la cabeza de un agente y lo dejó gravemente
herido. Después, se cambió la versión. No fue una maceta, sino una
piedra y se arrojó desde la calle. Las dudas de los peritos médicos se
consideraron irrelevantes. De inmediato, se produjeron las primeras
detenciones. Patricia y un amigo coincidieron con los detenidos en el
hospital. La policía descubre su presencia y cree que pertenecen al
mismo grupo por su estética “antisistema”. Patricia lleva el pelo a lo
Cyndi Lauper y viste de negro. No sirven de nada sus explicaciones. Es
detenida, vejada y maltratada. Más tarde, es acusada de lanzar una valla
contra la policía, causando un hematoma en el muslo de un agente, lo
cual es poco creíble por su delgadez y su escasa fuerza física. El juez
aplica la presunción de veracidad para considerar probada la versión de
dos policías, que incriminan a Patricia, Rodrigo, Ricardo, Alex
Cisternas y Juan Daniel Pintos. Ricardo se lleva la condena más grave:
cinco años de prisión. Patricia declara ante el juez: “No soy okupa, no
soy punki y no soy una desarraigada”. Sólo es una chica normal que viste
de forma estrafalaria, al menos a los ojos de la sociedad biempensante.
Pasan unos años y los policías que han actuado como testigos son
inhabilitados y condenados a penas de prisión por torturar a un joven
negro, manipulando y falsificando pruebas para acreditar un presunto
delito de tráfico de drogas. El azar estropea el montaje, pues el joven
es el hijo del embajador de Trinidad y Tobago en Noruega. Patricia,
Rodrigo y el resto de los acusados proceden de familias obreras o de
clase media y no tienen tanta suerte. Todos los ciudadanos son iguales
ante la ley, pero la experiencia demuestra que esa declaración de
intenciones no se cumple en la realidad. La impunidad de la policía
prospera en un sistema judicial heredado del franquismo. El racismo, el
clasismo y la tortura son las señas de identidad de unas Fuerzas de
Seguridad del Estado que le han declarado la guerra a los ciudadanos,
particularmente los que se hallan en estado de máxima vulnerabilidad,
pues han perdido su vivienda o el trabajo. Jorge Fernández Díaz,
Ministro del Interior, admitió hace poco que todos los años se producen
casi 4.000 denuncias contra la policía por malos tratos y torturas. Casi
todos los casos se resuelven con una vergonzosa absolución. El
porcentaje de condenas roza el 3%. ¿Alguien puede creer seriamente que
el 97% de las denuncias son falsas? ¿No es más probable que la mayoría
de las víctimas de los abusos policiales no se atrevan a denunciar, pues
saben que las investigaciones son realizadas por otros policías y los
jueces aplican sistemáticamente la presunción de veracidad de los
agentes? ¿Se puede hablar de democracia en un escenario tan perverso,
cuya intención de fondo es propagar los sentimientos de miedo,
impotencia e indefensión? En un Estado policial y autoritario, hay que
identificar (o inventar) a un enemigo interior que justifique la
represión y el recorte de las libertades democráticas. Los perro-flautas
y los antisistema son ese enemigo imaginario, al igual que en otro
tiempo lo fueron las brujas o los judíos.
En octubre de 2010 Patricia ingresó en la prisión de mujeres
Wad Ras de Barcelona. Comienza a escribir un diario que refleja su
experiencia: “No he perdido mi capacidad asombrosa de abstracción con lo
cual no he perdido la sonrisa ni el buen humor, sólo perturbado por un
increíble atasco intestinal”. El 18 de diciembre se le concedió el
tercer grado, gracias a un contrato de trabajo en el exterior. “Lo más
duro -se lamentaba Patricia- son las entrevistas con la Junta de
Tratamiento (la que debe aprobar si pueden concederle el tercer grado).
Duele escuchar que si no reconozco mi delito no tengo voluntad de
reinserción, ni arrepentimiento; hoy me ha dicho el psicólogo que eso es
propio de psicópatas”. La tarde del martes 26 de abril la situación
sobrepasa su resistencia psicológica. No quiere dormir en la cárcel una
noche más y se suicida, arrojándose al vacío desde el balcón de su casa.
Su muerte provoca un efecto demoledor en su familia y amigos. Enseguida
surgen las manifestaciones de indignación y solidaridad. Cerca de 500
personas se reúnen en el Forat de la Vergonya y se dirigen con bengalas a
la prisión de Wad Ras, lanzando consignas: “Abajo los muros de las
prisiones”, “Las cárceles son centros de exterminio”, “Vuestras rejas no
callarán nuestros gritos de libertad”, “No es suicidio, es asesinato”,
“Patricia Heras, ni oblit ni perdó”. Al día siguiente, se manifiestan
300 personas en Zaragoza y la policía carga contra ellas, provocando
múltiples lesiones y heridas. El 4 de mayo se realiza una concentración
en Madrid frente al Ministerio de Justicia. En Girona, se realizan
pintadas: “Patricia, no olvidamos” y se revientan siete cajeros
automáticos. Gregorio Morán, columnista de La Vanguardia, afirma que la
conciencia de los policías, jueces y funcionarios de prisión “pesa menos
aún que los artículos de periódico que nunca salieron para homenajear a
una poeta muerta, con final de perro abandonado”.
Patricia dejó una frase desoladora y de
indudable belleza lírica: “Mi reino está inerme y envenenado como todo
mi ser… Me sé vencida”. En una nota de despedida dirigida a su amiga
Silvia, escribió: “No puedo más con este dolor…”. La madre de uno de los
procesados, Mariana Huidobro, escribió una carta responsabilizando a
los policías, los jueces y los políticos del suicidio de Patricia.
“Patricia era un ángel que necesitaba sus alas para volar y ustedes se
las cortaron”. Amnistía Internacional denunció que al menos tres de los
detenidos en el incidente de Sant Pere Més Baix fueron torturados.
Patricia también denunció malos tratos. Jueces y forenses actuaron una
vez más como encubridores. La tortura está profundamente arraigada en el
Estado español y las instituciones
explotan su potencial intimidador y su capacidad de obtener falsas
inculpaciones. Aún cumplen condena tres jóvenes y ningún juez se ha
planteado revocar la sentencia de Patricia. Tampoco se ha revocado la
sentencia de Salvador Puig Antich ni se ha juzgado a los asesinos del
estudiante de derecho Enrique Ruano, torturado hasta la muerte en 1969
por tres agentes de la Brigada Político-Social. Ruano militaba en el
Frente de Liberación Popular, una organización antifranquista a la que
se llamaba coloquialmente FELIPE. Se afirmó que se había suicidado,
lanzándose al vacío desde el séptimo piso de un inmueble de Príncipe de
Vergara (por entonces, General Mola). El ABC publicó un falso diario que
le presentaba como un muchacho depresivo e inestable. Torcuato Luca de
Tena, entonces director del diario, ha reconocido las presiones de
Manuel Fraga Iribarne para publicar el engaño. Ahora sabemos que se
falseó la autopsia para ocultar que uno de los policías disparó contra
Ruano antes de arrojarlo por una ventana. Francisco Luis Colino, Jesús
Simón Cristóbal y Celso Galván, los tres agentes que participaron en el
crimen, recibieron en los años posteriores 26 condecoraciones, la
mayoría otorgadas después de 1975. Celso Galván trabajó como escolta de
la Casa Real, Colino ocupó un cargo de libre designación en la
Delegación del Gobierno de Madrid y Simón ejerció como comisario en
Torrejón de Ardoz en la época de José Barrionuevo como Ministro del
Interior. Ninguno manifestó el más leve signo de arrepentimiento. Fraga
amenazó por teléfono al padre de Enrique Ruano, recordándole que aún
tenía una hija y no debía escarbar más en el caso.
No sé si Patricia Heras conocía la
historia de Enrique Ruano. Tenían más o menos la misma edad. Sus vidas
se quedaron incompletas, trágicamente truncada por un sistema que apenas
ha experimentado cambios desde el 18 de julio de 1936. El franquismo
sigue vivo. Está en el Ejército, las Fuerzas de Seguridad del Estado,
los tribunales, el Congreso de los Diputados, los grandes periódicos,
cada vez más parecidos a la prensa del Movimiento. Patricia podría haber
sido mi alumna. He conocido a muchas chicas así. No puedo perdonar ni
absolver a los criminales que conspiraron para inculparla de un crimen
imaginario y empujarla al suicidio. Desgraciadamente, sólo puedo
expresar mi profunda tristeza, al igual que millones de ciudadanos, cuya
indignación se ha convertido en dolorosa impotencia. Cuando se comete
una injusticia y las instituciones amparan el delito o incluso lo
perpetran, no se puede hablar de libertad, democracia o derechos
humanos. La España de 2014 es la España de 1969, ligeramente maquillada
para adaptarse a los cambios del escenario internacional. Siguen
gobernando los canallas y la sociedad, cada vez más oprimida, humillada y
maltratada, se pregunta si las fosas clandestinas del franquismo no son
los verdaderos pilares de este tiempo de infamias. Patricia, me hubiera
gustado conocerte en las aulas y escuchar tus poemas. Cada vez que
muere una chica como tú el mundo se convierte en un lugar mucho más
pobre, mezquino y sombrío. Descansa en paz.
RAFAEL NARBONAhttp://rafaelnarbona.es/?p=6572
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ResponderEliminarGracias Chambertux por enriquecer este proto fanzine que se nutre de gente activa como tu..............
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